jueves, 31 de diciembre de 2009

Inexistencia.

Gritos, llantos, jadeos, nerviosismo. Frío, miedo, parálisis temporal, músculos inmóviles, gritos de nuevo, más fuertes…
Terror alojado en mitad del pecho: fuertes temblores, sacudidas, oscuridad, malos augurios.
Un gemido ahogado, débil, insignificante en comparación con los alaridos horrorizados que se habían oído hace apenas un par de instantes.
Golpe seco, duro. Peso muerto quebrando el suelo, cortando el aire como un cuchillo al caer. Sangre fresca, pura, nueva. Cubriendo cielo y tierra, mar y nubes. Salpicando las estrellas, la luna, para iluminar el mundo con aquel tono rojo oscuro.
Tétrico, fascinante, morboso, hipnotizante. El cuerpo inerte desplomado, sin vida o voluntad. Como un simple títere al que le han cortado los hilos.

Pánico, horror en el aire, augurio de muerte una vez mas, ninguna escapatoria.
Pasos, paranoia, persecución, pasos más rápidos, trote, trote desesperado, trote escalofriante.
Segundos contados, existencia contada, persecución, el cazador gana, la presa se debilita.
Segundos contados. Dolor punzante en el cuello, caída al suelo, perdida de esperanza.
Segundos contados: Agonía, resignación, perdida de conciencia…
Segundos contados: Oscuridad, silencio, aunque el dolor aun no desaparece.
Ultimo segundo a contar: Penumbra, inconciencia, ceguera, sordera...
Inexistencia.

(Dedicado a mi hermana Castiel, la única persona que puede obligarte a encontrar inspiración en un salón de clases.)

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