miércoles, 24 de febrero de 2010

Vampirismo

La luna, grande y espectral. Los astros prominentes y curiosos observan, deleitados, el voluptuoso espectáculo con una sonrisa en su pálido rostro.
Expectantes y ansiosos. Porque un pacto se acabaría aquella noche, porque los carriles de dos vidas, demasiado opuestas como para rozarse, se unen. Compartiendo la maldición y el milagro, la tragedia y el regalo, la vida y la muerte.
Porque las estrellas sabían que, en poco tiempo, una joven flor se marchitaría, desvaneciéndose del frágil y conocido lienzo de la existencia. Sí, la flor moriría, para renacer de entre sus raíces, más fuerte, más sabia, más perfecta…
Dos cuerpos jóvenes, uno deseoso, con sus ojos fieros muy abiertos, producto del ansia y el nerviosismo.
Otro tranquilo, pacifico, una media sonrisa se curvea en sus labios rosados, esperando en armonía lo que tenga que llegar, el inicio del final.
El primero (y, a la vez, el más amenazante) se acerca, con pasos crispados. Y los astros ya no pueden ocultar su entusiasmo. Ya que son los únicos testigos, mudos, de la alianza sangrienta que estaba a punto de llevarse a cabo.
Miran en silencio cómo la criatura avanza a la victima, quien cierra sus ojos, sintiendo su suave y casi imperceptible respiración chocar en su cuello, vibrar sobre su piel, simultáneamente. Y hay tanta decisión en sus movimientos, tal firmeza y confianza, que las constelaciones se sienten atrapadas por una repentina ráfaga de confusión, de duda.

¿Quién era la víctima? ¿Quién la presa? ¿Quién sometía a quien? ¿Cuál de ésos dos puntos mínimos, trazados en el infinito universo era quien dominada al otro? ¿Quién es más débil…?
Un gemido ahogado se escapa de sus labios de la joven, al sentir un par de finas agujas interponerse entre el mundo y su carne, su piel y su vida…
Porque la sangre es más fuerte que el amor, que la belleza, o la fascinación. La sangre es la necesidad, el impulso, los instintos, y han ganado satisfactoriamente.
Su corazón deja de latir, sus parpados no se levantan. Tendida entre los brazos de su tétrico amante, como una muñeca; débil, delicada. Un títere sin hilos, en las manos de su creador.
Y las estrellas se asustan, se espantan, porque sus expectativas no fueron cumplidas. Se indignan, y quieren desaparecer.

Mas la noche no puede acabar. No, aún no.
Aún no porque sus ojos se abren, gloriosos y desorientados, recibiendo su nueva vida con los brazos abiertos… y esboza una sonrisa pequeña, ladeada, sin siquiera darse cuenta de ello.
Porque todo acaba de empezar….


(Gracias a mi hermana Castiel y a Ivi, que sin las dos esto no se publicaba.)

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